Borja el escritor (reflexión). Borja caminaba por la calle, lo hacía mientras pensaba en la ventaja espiritual supuesta en el hecho de poder dedicar mucho tiempo a escribir. Pero vivía en un país de viejos, de jubilados ociosos; un elevado tanto por ciento de la población y por tanto una proporción nada desdeñable de posibles escritores y escritoras decididos a llenar el tiempo libre creando relatos literarios. Escribir y publicar se había vuelto tan usual como teclear un tuit en un datáfono. Borja por su parte había apostado por la narrativa extrema porque no quería ver sus publicaciones en catálogos confeccionados a la medida de los valores vigentes, con su carga de beatitud humanista, su necia visión esperanzadora asimilable a la fe religiosa, su hipocresía biempensante vanidosa e insustancial. Porque en el fondo de su ser, de su ser extremista, Borja quería caer mal, odiaba las emociones positivas, sabía que eran una trampa, de hecho la manera más eficiente de neutralizar el terrorismo de extrema narrativa, pues así se comenzaba a ser políticamente correcto así se perdía la veta de la creatividad. Por eso había escogido el terrorismo de extrema narrativa, saberse libre de insultar a Dios, a todas las razas y a la nación de sus ancestros. Esa sí que es una ventaja espiritual, pensaba Borja, escribir para la muerte antes que para la vida.      
                                                                                                                    

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